(Ciencias de Joseleg) (Biología) (Ecología) (El ecosistema) (Introducción) (Generalidades) (Factores
abióticos) (Productividad) (Ciclos
biogeoquímicos) (Ciclos
biogeoquímicos alterados) (Ingeniero
de ecosistemas) (Servicios
de los ecosistemas) (Interacciones
complejas) (Nicho)
(Referencias
bibliográficas)
Como se mencionó anteriormente, la bioquímica de los ecosistemas no solo debe pasar por el estudio de los ciclos estandarizados, sino por lo que sucede cuando estos se alteran o se crean ciclos de toxinas que fluyen por los mismos mecanismos que lo hacen los nutrientes. Normalmente las alteraciones en el flujo de nutrientes en un ecosistema, disminuye la disponibilidad de dicho nutriente.
Figura 38. Pérdida de
suelo. La pérdida de la fertilidad por la erosión de
nutrientes debida a su vez a la pérdida
de los bosques hace que la explotación agrícola en la zona sea poco eficiente y
se requiera de una agricultura extensiva para obtener recursos suficientes por
parte del agricultor.
Los ciclos biogeoquímicos alteran entre dos tipos de
reservorios, los bióticos y los abióticos. Algunas sustancias como el carbono
alteran naturalmente entre ambos reservorios, y puede ser introducidos
fácilmente desde la fuente inorgánica, que en este caso es el aire. Sin
embargo, otras sustancias pueden precipitarse y pasar a reservorios inorgánicos
que son de difícil o nula accesibilidad por la mayoría de los seres vivos, de
esta forma una vez que retornar a los reservorios inorgánicos pueden darse casi
por perdidos. Esto hace que muchos seres vivos tengan una tasa de retención
mucho más alta de estos nutrientes, los cuales tenderán a circular de forma
indefinida en los reservorios biológicos, y tal vez el caso más paradigmático
de este segundo tipo de nutrientes es el fosforo.
Una de las formas típicas para la perdida de nutrientes en
un ecosistema es la erosión. Los ríos y otras corrientes de agua disuelven
rápidamente los nutrientes que no son absorbidos por los seres vivos y se los
llevan corriente abajo por el sistema hídrico del continente hasta que llegan a
los mares poco profundos. Normalmente esto estimula la producción primaria de
los mares poco profundos.
Sin embargo, existen efectos no naturales de este fenómeno
que son preocupantes. Gene Likens y Herbert Bormann contrastaron la tasa de
erosión por parte de dos ríos, uno que trascurría por un bosque maduro y otro
que transcurría por una zona talada recientemente. Los resultados demuestran
que la tasa de erosión de nutrientes en la región talada era muy grande en
comparación con la erosión natural del bosque maduro, lo cual implicaría
necesariamente que el bosque talado no solo pierde sus factores bióticos, sino
también sus factores abióticos, sin nutrientes la fertilidad del suelo
disminuye y en consecuencia el tiempo para restaurar el bosque a su estado
maduro aumenta.
Figura 39.
Eutrofización 1. La eutrofización se genera cuando los productores
acuáticos bloquean el paso de agua y gases metabólicos como oxígeno, matando a
todo lo que esté abajo.
Los bioelementos y biocompuestos fluyen en los ecosistemas
de manera que se mantienen en un equilibrio dinámico. Sin embargo, en su afán
por incrementar la producción de las cosechas el ser humano ha descubierto la
forma de romper estos equilibrios para aumentar la biomasa de su producción.
Eso cuando lo planea, en otras ocasiones simplemente la realización de
actividades fuera del contexto biológico ha llevado a la pérdida del equilibrio
de los ecosistemas sin siquiera saberlo. Un ejemplo de incremento no planeado
de materiales en un ciclo biogeoquímico es el carbono. Desde el inicio de la
Revolución Industrial en la década de 1850, el ciclo del carbono se ha
desequilibrado con una tendencia al incremento de la masa de carbono.
El incremento de carbono en la atmósfera altera todos los equilibrios, tanto biológicos como químicos. Por un lado, más dióxido de carbono implica un efecto de invernadero más acentuado en la atmósfera lo que a su vez ha incrementado la temperatura media del planeta en los últimos 150 años. Por otro lado, al incrementar la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera se altera el equilibrio químico con las formas de carbono disueltas en el agua, incrementando los radicales carbonato y bicarbonato, junto con la consecuente dispersión de protones en el agua, lo cual ha aumentado la acidez de los océanos.
Figura 40.
Eutrofización 2. La eutrofización también es peligrosa debido a que
las rices de algunas plantas acuáticas pueden atrapar y ahogar a los animales y
a las personas.
Finalmente, el incremento de carbono en
la atmósfera aunque puede ayudar a las plantas a incrementar su
biomasa en el mediano y largo plazo, el problema radica en las alteraciones de
los otros factores abióticos. El efecto de invernadero y la acidez causan
alteraciones de temperatura, vientos, entre muchos otros, lo cual ha conllevado
a la extinción en masa de una gran cantidad de especies.
Del mismo modo que con el carbono, las actividades humanas
han alterado los ciclos mundiales del nitrógeno. Durante el siglo XX los
humanos han duplicado las cantidades de nitrógeno fijado o accesible a los
sistemas biológicos. A diferencia de lo que ocurre con el carbono esto ha sido
completamente intencional, debido al deseo de incrementar la productividad de
las cosechas por medio de los fertilizantes artificiales.Ahora, ¿qué hay de
malo en más nitrógeno? ¿No haría que existiera más biomasa y diversidad?, esto
es si las comunidades y ecosistemas fueran lineales, y los efectos de un lado
fueran recibidos equivalentemente por todos los miembros de las comunidades,
pero a veces una especie tiene un impacto desproporcionado en un ecosistema,
que es secundario a su función basal.
El nitrógeno es una sustancia volátil que puede ser llevada
por el agua con facilidad, una vez en un sistema acuático, el nitrógeno fijado
estimula el crecimiento de las algas especialmente. Las algas se reproducen más
rápido que los animales que las consumen, generando una capa de agua que cubre
los cuerpos de agua. Sin luz los vegetales y algas del fondo se mueren y el
cuerpo de agua pierde su oxígeno matando a los animales que se alimentan de las
algas de la superficie. Esto tiene impactos negativos en los cuerpos de agua
haciéndolos venenosos, e impactando negativamente en los pescadores de las
zonas bajo este fenómeno. A este fenómeno se lo denomina eutrofización.
Sin embargo, hay otra forma a parte de los fertilizantes
para la alteración de los contenidos de nitrógeno fijado, y es la quema de
combustibles fósiles impuros que contienen nitrógeno, esto libera óxidos de
nitrógeno que son altamente tóxicos para la piel y los ojos. Esto por no contar
que los óxidos de nitrógeno reaccionen fácilmente con el agua de la atmósfera generando
ácidos nítricos y nitrosos, que al caer como lluvia general el fenómeno de
lluvia ácida.
Análogo al nitrógeno el fósforo se ha empleado para
incrementar la productividad de las granjas causando también el fenómeno de
eutrofización. Sin embargo, el fósforo también presenta un problema,
cuando se limpian terrenos no aptos para el cultivo, la ausencia de raíces
nativas causa que la lluvia lave todo el fósforo enviándolo al océano. Una
tierra sin fosforo es inútil para el cultivo.
Los biocompuestos hacen parte no solo de redes biológicas,
también de redes químicas, el incremento del nitrógeno con fertilizantes puede
tener un efecto en la alta atmósfera con lluvia ácida incremento
en la temperatura y pérdida del ozono. En tierra las aguas
más ácidas pueden lavar a otros minerales del suelo, como el calcio,
destruyendo los nutrientes y forzado a los agricultores a usar más
fertilizante, más caro debido a que debe tener más componentes. Del mismo modo los bioelementos y compuestos
participantes de los ciclos biogeoquímicos pueden alterar a los demás
factores abióticos, acusando cambios climáticos muy poderosos.
Ciertas toxinas como los pesticidas, los isotopos radioactivos los metales pesados como el mercurio y químicos industriales como los PCB sufren el fenómeno llamado bioacumulación. La bioacumulación es básicamente el fenómeno opuesto al flujo energético en un nivel trófico. Las toxinas tienden a estar en una concentración baja en los productores que no sufren de mayores síntomas, pero a medida que se escala en la pirámide trófica cada nivel presenta niveles exponencialmente más altos, terminando con los depredadores superiores que pueden sufrir patologías debido a la extrema acumulación de toxinas en sus tejidos.
Figura 41.
Bioacumulación. La bioacumulación es lo opuesto a una pirámide
trófica, pues las toxinas aumentan su biodisponibilidad en cada nivel trófico,
por lo que son los depredadores ápex los que experimentan síntomas, como enfermedades
graves o comportamiento errático.
Por lo general las toxinas no se pueden excretar, así que se
acumulan en tejidos de almacenamiento donde no puedan interferir con el
metabolismo de manera seguida, ergo se almacenan en la grasa. Debido a que los
depredadores enferman, sus abundancias relativas en el ecosistema disminuyen,
lo cual crea un efecto de desregulación en cascada en todo el ecosistema,
acusan extinciones locales, aumento de poblaciones anormales de otras especies
que los humanos percibirán como plagas, y en general una disminución en los
servicios que presenta un ecosistema a sus factores bióticos normales y al ser
humano en general. Esto tiene un fuerte impacto en los seres humanos de forma
más directa que el mero aspecto económico. Los humanos generalmente empleamos
un servicio de los ecosistemas y es la fuente de alimento, especialmente en los
ecosistemas acuáticos. El consumo de carne de estos ecosistemas nos convierte
en depredadores del tercer y cuarto nivel de una cadena trófica, lo cual trae
como consecuencia que acumulemos grandes cantidades de toxinas y enfermemos.
A continuación, analizaremos algunas de las sustancias más
comunes y sus efectos adversos, los cuales fluyen por el ecosistema por los
mismos mecanismos que los nutrientes, pero que son adversos para la mayoría de
las formas de vida, y por tanto en lugar de denominarlas nutrientes las
señalaremos como toxinas. Muchas de estas por cierto se clasifican como metales
pesados, aunque otras también son sustancias orgánicas sintéticas.
Figura 42. Robert A.
Kehoe (1893-1992). fue un toxicólogo estadounidense y líder en salud
ocupacional. Kehoe fue el principal defensor médico del uso del tetraetilo de
plomo como aditivo en la gasolina.
El plomo fue uno de los primeros minerales que el ser humano
aprendió a manipular durante el inicio de la edad de los metales, debido a que
es blando, tiene un bajo punto de fusión y es fácil de minar de la roca. El plomo metálico para hacer artesanías data
de unos 9000 a unos 8500 años sino es que antes y ha sido encontrado en Asia
menor. Esto implica que el plomo fue uno de los primeros metales en ser
trabajados por los herreros. Sin embargo, la producción de plomo fue baja hasta
que se descubrió su asociación con la plata, pues ambas tienden a encontrarse
juntas. Poco a poco fueron apareciendo usos para el plomo, como los egipcios
que lo emplearon para fabricar polvos cosméticos y otras artesanías. Varias
civilizaciones de Asia Menor emplearon el plomo como material para escribir,
moneda de cambio y para la construcción. Los chinos emplearon sustancias
derivadas del plomo como estimulantes nerviosos, e incluso anticonceptivo (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
La civilización Antigua más famosa por emplear
extensivamente el plomo fue el imperio Romano, en serio lo usaban para casi
todo. Desde fabricar acueductos, de donde deriva nuestra noción de plomería y
plomero debido a que los acueductos de plomo eran resistentes a la corrosión.
El plomo también era empleado para fabricar elementos de cocina e incluso sus
derivados se empleaban para endulzar el vino. Los usos tan extensivos del plomo
eran estimados por los romanos, quienes lo asociaron con Saturno, el
equivalente de Uranos en la mitología griega, el padre de todos los Dioses, y
de hecho el plomo era considerado el padre de todos los metales, no en vano los
alquimistas siempre intentaron derivar oro del plomo. Sin embargo, algunos
romanos no eran estúpidos y reconocieron rápidamente los peligros del plomo
como es el caso de Marcus Vitruvius Pollio. Vitruvio reconoció los riesgos para
la salud del plomo en los humanos, y de hecho los romanos eran conscientes de
los síntomas del envenenamiento por plomo que incluyen cambios de personalidad
y depresión, confusión llamada saturnina. Sin embargo los síntomas más
evidentes solo se generaban en los esclavos que minaban el plomo en su forma
más pura, por lo que no se lo consideraba un problema para los Patricios
Aristócratas del centro del imperio (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
Durante el siglo XIX se desarrollaron una gama de
aplicaciones para el plomo, como aditivo para zapatos, bombillas de luz,
juguetes entre otros, lo cual conllevó a un aumento en los casos de
intoxicación por plomo, especialmente en las clases bajas de las sociedades
industrializadas. Para disminuir los temores de la población las industrias
comenzaron a emplear la propaganda mediática, con campañas comerciales, de
entre las cuales se destacan al Niño Holandés y que se retrata de forma
excelente en el capítulo de Cosmos sobre la edad del planeta. Estos usos
palidecieron hasta que la industria química desarrolló el tetraetilo de plomo,
una sustancia orgánica artificial que servía como aditivo para la gasolina, aumentando
la potencia de los motores de combustión interna. Pocos le prestaron atención
al asunto, incluso cuando se tenía evidencia de que los trabajadores en las
plantas de producción de tetraetilo de plomo se desquiciaban regularmente por
estar con contacto con esta molécula (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
¿Por qué nadie hizo nada? La industria del plomo contrató a un científico que disentía del acuerdo de la comunidad científica, el doctor Robert A. Kehoe. Kehoe se encargó de despejar los temores de la población, pero esta vez con argumentos médicos, después de todo las concentraciones de plomo típicamente altas eran normales en todos los individuos y especies de diversos ecosistemas del mundo, era algo tan natural que fluía por los ecosistemas, al igual que el fosforo yo el nitrógeno, por lo cual era improbable que los seres humanos lo hubieran puesto allí, ¿Cómo la sociedad humana podía afectar al planeta entero? (Hanich et al., 2014; Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
Figura 43. Clair
Cameron Patterson (1922-1995). Fue un geoquímico estadounidense,
uno de los más influyentes en su especialidad, que en 1953 determinó con
exactitud la edad de la Tierra en 4.550 millones de años, con un margen de
error de unos 70 millones de años. Durante esa investigación se encontró con
que el plomo en el ambiente interfería con sus instrumentos, y esto conllevó a
identificar a esta sustancia como un xenobiótico que no era natural.
La situación quedó muerta hasta que un científico se le dio
la tarea de determinar la antigüedad del planeta. Clair Cameron Patterson debía
determinar la antigüedad del planeta por medio de la técnica del uranio-plomo
encerrado en minerales de silicato de zirconio. El cristal de zirconio repele al plomo
externo, por lo que se sabe que al inicio de su formación solo puede haber
unario y nada de plomo. Con el curso del tiempo algunos núcleos de uranio se
transforman sucesivamente hasta formar plomo, lo cual convierte al zirconio en un
reloj de arena muy bueno para determinar la antigüedad del cristal. Estos
cristales se forman en zonas volcánicas, así que pueden emplearse para datar la
antigüedad de erupciones volcánicas. El problema es que cuando Patterson
intentaba medir el plomo los resultados daban irregularmente altos, más altos
de lo que debería, había exceso de plomo en el ambiente. Inicialmente Patterson
debió asegurar la creación de un cuarto estéril que impidiera la entrada de
plomo, pues era como tener un reloj de arena sellado al cual para determinar la
hora ¡necesitas abrirlo en medio de una tormenta de arena! Una vez logró
determinar la antigüedad del planeta Patterson regresó a la pregunta ¿de dónde
viene todo el plomo? ¿Es natural? Para responder a esto realizó medidas de
plomo en ecosistemas aislados cronológicamente como las profundidades
oceánicas, donde las corrientes tardan siglos en mezclarse, o en los bloques de
hielo (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
Cuando Patterson analizó el problema con una perspectiva de
tiempo irreversible se dio cuenta que el plomo en el pasado era menor, no
natural, mientras que en los ecosistemas presentes era regular, típico. La
conclusión era obvia, el plomo podía ser típico en las poblaciones modernas en
contacto con los humanos, pero no en el pasado, lo cual implicaba
necesariamente que la industria humana había dispersado una cantidad
significativa de plomo al ambiente, evidentemente una cuestión de salud
pública. Patterson debió luchar bastante para la regularización del tetraetilo
de Plomo, el cual solo fue prohibido de los países occidentales hasta el año
2000, 5 años después de la muerte de su principal oponente Patterson. Las
regulaciones del tetraetilo de plomo y su total prohibición generaron una caída
inmediata en la concentración de plomo de las personas alrededor del mundo,
demostrando nuevamente que una sustancia en cantidades típicas no
necesariamente es algo natural (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
En la actualidad el plomo se sigue empleado para fabricar
baterías que no tienen un efecto directo en la atmósfera, pero que así
requieren de un manejo cuidadoso, además su obtención sigue teniendo riesgos en
los mineros, especialmente en países como China o Latinoamérica donde la vida
de los trabajadores no es tan importante como la salud pública (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
La razón de la toxicidad del plomo es que este surca la
barrera hematoencefálica e imita al calcio, pero no funciona como el, lo cual
afecta las bombas de sodio y potasio necesarias para la transmisión sináptica
de las neuronas, en general impide el normal pensamiento y toma de decisiones,
por eso sus efectos principales son el cambio de personalidad y la locura. El
plomo es toxico por inhalación, absorción por la piel y consumo trófico a
través de la relación depredador presa, es bioacumulativo y por consecuencia
afecta principalmente a los animales que se encuentran en la cima de la
pirámide trófica (Hanich et al., 2014;
Hernberg, 2000; Needleman, 1999).
Figura 44.
Curtiembres. Uno de los principales contaminantes del rio
Bogotá y del rio San Benito y todos los cuerpos de agua circundantes son las
curtiembres que emplean el curtido al cromo.
El cromo no es tan famoso como el plomo, y no tienen un
capítulo de Cosmos dedicado a él, pero es algo muchísimo más cercano a la
realidad de los Bogotanos, ya que es un metal empleado en la técnica de curtido
de cuero. Todos quieren tener una chaqueta de cuero, te hace ver cool y todo un
chico-malo, pero su fabricación en la actualidad involucra necesariamente el
curtido al cromo, especialmente si no quieres que con los años se reseque y le
salgan grietas.
El curtido al cromo se o utiliza hace más de un siglo. A
diferencia del procedimiento tradicional, que se basa en la utilización de
vegetales como cortezas, maderas, hojas y raíces, en su mayoría de plantas
tropicales o subtropicales como la mimosa, el quebracho o el castaño, evita que
los cueros, con el paso del tiempo, se resequen. Las pieles, son sometidas a la
acción de diferentes agentes químicos que interaccionan con las fibras del
colágeno para obtener un cuero estable y durable. Como se dijo, el curtido,
consiste en transformar el colágeno de la piel en cuero por la reacción química
de los curtientes sintéticos. Las sales de cromo son desde hace más de un siglo
uno de los más importantes. Hoy en día mundialmente el 80% de todos los cueros
se curten de esta manera. El proceso de curtido al cromo es considerado el más
versátil, ya que permite recurtir las pieles, por sistema vegetal (Álvarez, Maldonado,
Gerth, & Kuschk, 2004; Cuberos, Rodriguez, & Prieto, 2009; Forero,
Mantilla, & Martínez, 2009).
Una vez que la piel ha sido depilada, es introducida en una
máquina llamada divisora. En ella, la acción del cromo, convierte a la piel en
cuero, un material estable, impidiendo su degradación. Después de la curtición
al cromo, el cuero se escurre, rebaja y divide mecánicamente para obtener el
"wet blue", un producto cuyo nombre se debe al color azul verde del
sulfato de cromo. Los cueros sin cromo, por su color claro, se llaman "wet
white". El cromo que no es absorbido por el cuero, se recicla para su
reutilización. Una vez secos, los cueros se someten a diversos procesos de
ablandamiento quedando listos para su terminación o acabado final. Allí, se les
aplican diversos productos que en combinación con procesos mecánicos, hacen que
el cuero sea más durable y resistente. El auge del curtido al cromo se debe a
que el proceso tradicional puede causar que el cuero se seque en muy pocos años
(Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
El cromo es un metal pesado que se acumula en el suelo. Los
seres humanos y los animales están expuestos al cromo vía inhalación (en el
aire o en el humo de tabaco), a través de la piel (exposición ocupacional) o
por ingestión (generalmente de productos agrícolas o en el agua). La toxicidad
sistemática del cromo se debe especialmente a los derivados hexavalentes que,
contrariamente a los trivalentes, pueden penetrar en el organismo por cualquier
vía con mucha mayor facilidad. El cromo VI es carcinógeno y mutágeno por lo que
puede causar cáncer y malformaciones congénitas, también es bioacumulable, por
lo que sus efectos tóxicos los sufren las especies en el pico de la pirámide
trófica como lose eres humanos (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
Al igual que con el tetraetilo de plomo el problema del
cromo se convierte económico y social. Durante los años 30 y 40 del siglo
pasado, campesinos establecieron las primeras colonias rurales alrededor del
río Tunjuelito en la ciudad de Bogotá Colombia, cerca de lo que por ese
entonces se conocía como la ciudad. La mayoría de ellos, que provenía de la
parte norte de Cundinamarca, especialmente de Villapinzón, fundó curtiembres
artesanales. Era más rentable trabajar el cuero en el río, a pocos kilómetros
de Bogotá (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
Esas colonias rurales fueron absorbidas por la capital y,
así, San Benito llegó a formarse como barrio. Las familias se fueron
urbanizando. Con la ciudad, la demanda de cuero se hizo más grande y para la
década de los 70 ya se empezaban a ver las primeras curtiembres tecnificadas. La industrialización
y el crecimiento demográfico fueron, poco a poco, generando un problema
ambiental y social. El cromo y otros sedimentos estaban siendo vertidos en el
río Tunjuelito. El barrio, en su totalidad, fue identificado por las
autoridades ambientales como un generador de externalidades ambientales
negativas sobre los cuerpos de agua y de un volumen significativo de residuos
sólidos orgánicos, según cuenta Milton Rengifo, subsecretario distrital de
Ambiente (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
Cuando en 1974 el Código de Recursos Naturales se refirió por
primera vez a los vertimientos y cuidados de los ríos, en el barrio no había
mucha conciencia ambiental, ni existían controles sobre las industrias, que,
casi en su totalidad, estaban en la informalidad. Formalmente, las autoridades
inspeccionarion casi 20 años después, cuando ya estaban en vigor la Ley 99 de
1993, que organiza el Sistema Nacional Ambiental, y la Ley 142 de 1994, de
servicios públicos. Desde hace 20 años, los vecinos de San Benito vieron que lo
de la legalidad iba en serio y, para darle cumplimiento a las normas y evitar
el sellamiento de sus negocios, quisieron cumplir con la normatividad ambiental
a través de dos opciones diferentes. Primero trataron de formar uniones entre
empresas para centralizar los procesos más contaminantes (pelambre y curtición)
y bajar los costos de montaje y operación de las plantas de tratamiento de
aguas residuales (Álvarez et al., 2004; Cuberos
et al., 2009; Forero et al., 2009).
“Pero fue imposible: el empresario que más tenía imponía sus
condiciones, y el que tenía poco casi no aportaba, así que comenzaron las
peleas. Ese plan se disolvió”, cuenta Gustavo Camelo, quien hoy ejerce la intermediación
entre los empresarios del cuero y el Distrito. Las preocupaciones para los
industriales se incrementaron desde que se conoció la reglamentación sobre los
usos del agua en los tramos y afluentes del río Bogotá, definidos por la
Corporación Autónoma Regional (CAR) en 2006, además del tipo y cantidades de
vertimientos a la red de alcantarillado público establecidos por la Secretaría
de Ambiente (SDA) tres años después. Pero también aumentaron los niveles de
producción y contaminación. Actualmente se están curtiendo casi 1’200.000
pieles al año, vertiendo la misma cantidad de metros cúbicos en el
alcantarillado y produciendo 19.834 toneladas de residuos sólidos (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
Entonces surgió la segunda opción. La solución provisional
fue instalar en cada una de las industrias una planta de tratamiento. Pero casi
ninguna de las 240 empresas tiene la capacidad técnica y económica para
instalar una planta que trate el agua al punto que lo está exigiendo la norma,
y las advertencias, multas y cierres impuestos por la SDA han aumentado. Eso ha
provocado que “muchas de las empresas que no cumplen la norma se cambien el
nombre, funcionen de forma clandestina o dejen de pagar las multas. Otras
quieren cumplir la ley, pero sólo logran hacer la sedimentación, la primera
parte del tratamiento del agua. Y unas, muy pocas, siendo las únicas que pueden
cumplir todo el tratamiento, terminan concentrando todo el negocio porque,
además de producir en grandes cantidades con mejor calidad, terminan
prestándoles servicios a las curtiembres más pequeñas”, dice Rengifo (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
La ley actual les pide que el agua que se utiliza en la
producción del cuero pase, primero, por un proceso de sedimentación que retire
los metales pesados y los residuos, como carne y sebo. Y el segundo, la etapa
biológica, que consiste en pasar el líquido por un proceso de oxigenación y cultivo
de bacterias, que es muy costoso. Dada esa dificultad para cumplir la norma,
desde enero del año pasado, la Alcaldía Local de Tunjuelito se puso en el
centro de una negociación entre el Acueducto, la SDA y los empresarios, de la
que han salido dos alternativas para evitar que la industria se vaya a pique (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
La primera propuesta, y la que prefieren el Acueducto, la SDA
y la Alcaldía Local, consiste en que se establezca una planta de tratamiento de
aguas residuales en la que el proceso secundario y el primario estén
centralizados. La planta quedaría en el barrio y contaría con la financiación
del Distrito y el aporte, de acuerdo a su volumen de producción, de cada uno de
los curtidores. Pero esta opción, que costaría unos $10.000 millones, según
cálculos de la mesa de negociación, podría significar la desaparición de gran
parte de los empresarios. “Muchas familias viven de curtir uno o dos cueros a
la semana, no tienen los permisos, y si les toca contribuir se quedan sin
sustento”, aclara Camelo (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
La otra opción, que costaría $4.000 millones menos, es que
sólo la sedimentación, la primera etapa, se haga centralizada y el agua salga
de San Benito por los tubos actuales que van a dar al mismo río en la localidad
de Bosa, luego de lo cual se pagaría para que el Acueducto, en una planta
ubicada cerca a la desembocadura en el río Bogotá, haga la segunda parte. Esta
posibilidad es la que más les suena a los empresarios en términos económicos.
Uno de los argumentos es que cuando el agua sale del proceso primario es muy
similar a las aguas residuales domésticas. Pero la norma exige que el agua se
vierta en el alcantarillado con los dos procesos cumplidos (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
Figura 45. La minería artesanal, afecta no solo el
ecosistema, sino también a poblaciones rio abajo que consumen pescado
contaminado con mercurio, que incrementa la frecuencia de enfermedades
neuronales como la locura y la senilidad en los ancianos.
El mercurio se relaciona con el oro al igual que el plomo se
relaciona con la plata, sin embargo, el mercurio es una toxina bioacumulable.
Los síntomas de la intoxicación por mercurio en los animales incluyen debilidad
muscular, perdida de la coordinación motora, picazón, problemas de memoria,
problemas para hablar, problemas para escuchar, problemas de visión, cambios de
personalidad, alucinaciones, paranoia y la muerte. Los síntomas dependen del
tipo, dosis, método y duración de la exposición (Branches, Erickson,
Aks, & Hryhorczuk, 1993; Levin, Jacobs, & Polos, 1988; Malm, 1998).
El mercurio es tóxico es una variedad de formas, que
incluyen su forma metálica pura, vapores que del metal provengan, sus sales
disueltas en el sudor y compuesto orgánicas que lo contengan ya sea covalente o
no covalentemente enlazado. La mayoría de las exposiciones al mercurio provienen
de una vieja técnica dental denominada amalgama para el relleno de los obsesos
por caries o exposición por trabajo industrial, especialmente en las minas de
oro (Álvarez et al., 2004;
Cuberos et al., 2009; Forero et al., 2009).
El mercurio se convierte en un problema ambiental debido a
que es el único elemento barato conocido que permite disolver el oro de sus
minas rocosas, separándolo y permitiendo condesarlo de nuevo en pedruscos. De
hecho, muchas veces la mina de oro “que en este caso es la roca que contiene al
oro” tiene tan poca concentración del metal precioso que los mineros pueden
dejarla expuesta a los ladrones a sabiendas de que por mucha roca que puedan
cargar, la cantidad de oro robado sería insignificante. El mercurio permite
extraer el oro y concentrarlo luego en cantidades significativas. El problema
con el mercurio de las minas de oro es que, invariantemente termina en los
cuerpos de agua de las montañas. El mercurio también es un problema gravísimo
para el contexto colombiano. El Estudio Nacional del Agua estimó que 205
toneladas de mercurio terminan al año en los ríos de Colombia. El boom de la
minería ilegal está convirtiendo los afluentes de 17 departamentos del país en
autopistas contaminadas (Cordy et al., 2011;
Jose Marrugo-Negrete, Benitez, & Olivero-Verbel, 2008; José
Marrugo-Negrete, Verbel, Ceballos, & Benitez, 2008; Olivero, Johnson, &
Arguello, 2002; Olivero & Solano, 1998).
Según Cuevas (2005) la situación es la siguiente. En marzo
de 2014, mientras reporteaba una historia sobre minería ilegal para El
Espectador, viajé al Bajo Cauca antioqueño y sobrevolé El Bagre, uno de esos
municipios de Colombia donde las dragas, retroexcavadoras y buldóceres siguen
removiendo arena sin parar, rebuscando oro y dejando escapar toneladas de
mercurio al suelo y el agua. Desde el aire, resultaba difícil identificar qué
parte de ese paisaje destrozado pertenecía a los ríos Nechí y Bagre, ambos completamente
fragmentados y desviados por el impacto minero. Lo que hacía unos años era
bosque y río se había convertido en kilómetros de suelos grises y ocres,
lagunas verdiazules, montañas de arena e hilos de agua turbia. Desde arriba se
veían campamentos improvisados y gente barequeando. Pequeñas villas en medio de
ese desierto, sin un árbol cerca ni agua potable. Sólo calor, hombres y
máquinas
En el río Bagre, de la manera más rudimentaria y sin ningún
tipo de protección, los mineros mezclan, por jornal, entre 20 y 30 libras de
mercurio con kilos de piedra y arena extraídos del río. Parte del metal va al
agua y al suelo, la otra es revuelta con las manos, mientras el mercurio busca
el oro y lo abraza formando una masa dura a la que llaman amalgama. La piedra
plateada resultante termina en una caldera donde el metal tóxico se evapora y
el oro se vuelve lingote. Los gases van a dar a la atmósfera y enormes
cantidades de desechos llegan irremediablemente a los afluentes, hábitat de los
peces que por años han sido el principal alimento de la población ribereña. Al
ingerirlo, el metilmercurio (forma en la que el metal se encuentra en los
animales) llega hasta el intestino y después se acumula en la corteza cerebral.
Al inhalarlo, el material sube de manera casi inmediata al cerebro. Este ciclo
se repite en 17 departamentos y 80 municipios, según informes de 2014 de la
Contraloría General, la Policía Nacional y la Fiscalía. Todos están expuestos a
los efectos de la extracción ilegal de oro con mercurio: un monstruo que avanza
silencioso, contaminando el agua de la que dependen millones de personas y la
comida que termina servida en nuestro plato. Un desastre que ocurre ante los
ojos de todos y sin el control que merece (Cuevas, 2015).
Amazonas, Antioquia, Bolívar, Caldas, Caquetá, Cauca, Chocó,
Córdoba, Guainía, Huila, Nariño, Putumayo, Risaralda, Santander, Sucre, Tolima,
Valle del Cauca. Enumerar algunos de sus poblados afectados quita el aliento:
Cáceres, Caucasia, El Bagre, Nechí, Tarazá, Zaragoza, Remedios, Segovia,
Amalfi, Santa Rosa del Sur, Montecristo, La Raya, Achí, Morales, Soplaviento,
Martín de la Loba, Altos del Rosario, Magangué, Hatillo de la Loba, Simití,
Pinillos, Bahía de Cartagena, Tiquisio, Río Viejo, Arenal Barranco de la Loba,
Villa María, Marmato, Supía, Cartagena del Chairá, Solano, Santander de
Quilichao, Caldono, Toribío, Caloto, López de Micay, Suárez, Buenos Aires,
Timbiquí, El Tambo, Condoto, Quibdó, Nóvita, Itsmina, Bagadó, Lloró, Tadó,
Puerto Libertador, Ayapel, Serranía del Naquen, Inírida, Campo Alegre, Rivera,
Palermo, Yaguará, Tesalia, Iquira, Los Andes, Cumbitara, Mallama, Santa Cruz,
La Llanada, Samaniego, Cuenca del río Putumayo, Inírida y Amazonas, Quinchía,
California, Vetas, Suratá, Caimito, San Marcos, Ataco, Coyaima, Ortega, San
Luis, Zaragoza, Buenaventura, Cartago, Agua Blanca (Cuevas, 2015).
Después de Chocó y Bolívar, Antioquia es el departamento con
mayor índice de contaminación por mercurio en el país. En el mundo, Colombia se
lleva el vergonzante tercer lugar, debido a que el país libera al año unas 205
toneladas de mercurio de las 590 que importa. Distintos reportes mundiales,
como el de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo
Industrial, revelan índices alarmantes de contaminación acuática, terrestre y
atmosférica (Cuevas, 2015).
La situación se complica cuando se sabe que este desastre
ambiental está apadrinado por el repetitivo y complejo contexto violento
colombiano, que ha impedido ponerle freno a una situación que hace años se
salió de control. El orden público en el Bajo Cauca es uno de los panoramas más
difíciles. Y más evidentes: lo pude notar desde ese sobrevuelo, en el que vimos
decenas de dragas ilegales sobre el río Bagre y ni un solo policía ejerciendo
control. Las mafias detrás de esas maquinarias son tan poderosas que nadie
quiere morir en el intento de ejercer justicia En la última década las alzas de
los precios del oro llevaron a que en esa zona minera se disparara el número de
mineros informales y crecieran las presiones de los grupos armados interesados
en el millonario negocio. En diez años, el gramo de oro pasó de 16.000 a casi 87.000
pesos. Los criminales encontraron la manera de lavar dineros del narcotráfico a
través del oro y reemplazaron las extorsiones por la minería. El gobierno
colombiano estima que la explotación ilegal de oro mueve alrededor de 45.000
millones de pesos al mes (Cuevas, 2015).
Figura 46. Dragas ilegales incautadas por el ejército de
la República de Colombia en el rio Amazonas.
La crisis social tiene su reflejo en la ambiental.
Corantioquia, la autoridad ambiental local, ha estimado que 40.000 hectáreas
del Bajo Cauca han sido afectadas por la deforestación y la contaminación de
aguas. La magnitud de este impacto podría compararse con acabar con un bosque
del tamaño de toda la Bogotá urbanizada. Las máquinas extraen oro de manera
desordenada y sin ninguna regulación ambiental, degradando los suelos,
vertiendo toneladas de mercurio y cianuro al río, acabando con las áreas que ya
habían sido reforestadas y generando pasivos ambientales por los que nadie
responderá luego. Las cifras oficiales revelan que cada año, sólo en 13 ríos de
Antioquia, los mineros ilegales arrojan 100 toneladas de mercurio, poniendo en
riesgo al menos a un millón de colombianos que viven en la región del Bajo
Cauca y el Suroeste, Nordeste, Occidente y Magdalena Medio antioqueños.
Remedios, Zaragoza y Segovia son los tres municipios más afectados del país. El
Bagre y sus panorámicas ocres deforestadas, destruidas, les sigue el paso. El
Estudio Nacional del Agua acaba de precisar que el total de toneladas de
mercurio que terminan cada año en los ríos del país supera las 205 (Cuevas, 2015).
Los efectos nocivos de la exposición al metal han sido
registrados por cientos de publicaciones científicas de toxicología en el mundo
y por organizaciones como la U. S. Environmental Protection Agency (EPA) y el
Ministerio de Ambiente de Colombia. El mercurio afecta la función de las
neuronas y varios sistemas bioquímicos, produciendo problemas neurológicos que
incluyen insomnio, pérdida del apetito y de la memoria, trastornos del
movimiento, disminución de la actividad sexual y estados depresivos. Lo más
preocupante, me lo han repetido los expertos cada vez que los consulto, es que
esas alteraciones se manifiestan de manera sutil o pueden ser confundidas con
cuadros clínicos de otras enfermedades, haciendo difícil el diagnóstico clínico
de la intoxicación crónica por el metal. El año pasado la Contraloría advirtió
que el uso incontrolado y la contaminación derivada de sustancias químicas en
actividades ilegales de extracción de oro ya presenta riesgos. "Los pocos
estudios que se han hecho en Colombia sobre efectos en el hombre indican que
cualquier persona que coma pescado u otro animal con altos niveles de mercurio
puede estar en peligro", dijo el ente de control haciendo referencia a las
investigaciones adelantadas por el toxicólogo Jesús Olivero-Verbel sobre la
cuenca del río Cauca, en Bolívar (Cuevas, 2015).
Aunque ni el Ministerio de Salud ni ninguna otra autoridad
nacional han hecho un trabajo juicioso por contar los enfermos por mercurio en
Colombia, existen evidencias científicas realizadas por expertos de
universidades como la de Cartagena, la de Córdoba y la Nacional que han
identificado afectaciones en humanos, pero también en variedad de peces,
jaguares, murciélagos y cangrejos. (Ver: Jaguares, con mercurio en el cuerpo)
Olivero-Verbel es quizá el científico que más ha desarrollado eltema en
Colombia. La primera vez que escuché su nombre fue a mediados de 2012, cuando
la periodista científica Lisbeth Fog llegó a la sala de redacción de El
Espectador con un mamotreto de papeles que condensaban las preocupantes conclusiones
del investigador frente a sus estudios en el sur de Bolívar. Ahí también
comenzó mi fijación por este tema (Cuevas, 2015).
Coordinador del único Doctorado en Toxicología Ambiental del
país y vicerrector de Investigaciones de la Universidad de Cartagena,
Olivero-Verbel ha detallado en cerca de 20 artículos científicos la
problemática de contaminación por mercurio en varias regiones de Colombia y
Suramérica, describiendo los problemas cognitivos provocados por el contacto de
personas con agua o peces contaminados por el metal (Cuevas, 2015).
Figura 47. Pozo de explotación ilegal de oro en el río
Agüíta en Risaralda
Después de analizar las muestras de cabello de 1.548
personas de todo el departamento de Bolívar, su equipo de científicos encontró
que el promedio de concentración de mercurio era de 1,7 partes por millón
(ppm), cuando entidades como la Agencia de Protección Ambiental de los Estados
Unidos recomiendan que no sean superiores a 1 ppm, en particular en niños y
mujeres embarazadas. Pero hay más: la investigación identificó en el sur de
Bolívar un foco de contaminación sobre la cuenca del Cauca, específicamente en
el corregimiento de La Raya, donde se encontraron en promedio 5,3 ppm, un valor
tres veces superior al del departamento. Otros panoramas preocupantes se observaron
en Achí (2,4 ppm); Montecristo (2,2 ppm) y Mina Santa Cruz (1,8 ppm). "Las
personas empiezan a tener temblores en las manos, pierden la memoria, sufren
una disminución de su coeficiente intelectual y tienen dificultad para
concentrarse. Además, no distinguen colores, su campo visual se reduce, suelen
desarrollar alergias y, a veces, experimentan problemas neurológicos severos.
También puede causar malformaciones de fetos si las mujeres embarazadas están
expuestas a él", nos contó el investigador cartagenero, en septiembre de
ese año, cuando divulgamos sus hallazgos (Cuevas, 2015).
Los niveles más altos de mercurio se registraron en una niña
de tres años, hija de pescadores, con 20,1 microgramos por gramo de pelo
(recordemos que el límite máximo debería ser 1). Olivero explicaba que las
posibilidades de que esa niña pudiera terminar el bachillerato eran casi nulas.
"Seguramente su capacidad intelectual no le permitirá ser competitiva en
la escuela, y quizás, en un futuro, muchos niños tendrán el mismo
inconveniente, pues en estas regiones del país las oportunidades laborales son
mínimas. La minería, la agricultura y la pesca son las únicas fuentes de
sustento". Aunque no existe en Colombia una evidencia científica que
revele una relación directa entre cierto tipo de malformaciones y la exposición
al mercurio, tanto en el sur de Bolívar como en Remedios, Zaragoza y Segovia
(Antioquia) la gente menciona casos aislados de vecinos afectados. En 2005, un
estudio realizado por la Universidad Nacional para la Unidad de Planeación
Minero Energética de Colombia (UPME) y dirigido por el médico Miguel Cote
Menéndez encontró suficientes alteraciones clínicas en la población de Segovia
que confirmaron la presencia de neurotoxicidad por la exposición crónica al
metal: fue común encontrar irritación en nariz y garganta, náuseas y temblor en
los labios (Cuevas, 2015).
Pero las cargas contaminantes no sólo las reciben las
poblaciones ribereñas mineras. Las toneladas de pescado que se extraen de estos
afluentes, incluso las especies marinas que habitan en zonas afectadas por los
sedimentos tóxicos de los ríos, terminan servidas en los comedores de los
colombianos. Incluyendo el suyo. En un informe publicado en 2014 por el diario
regional El Colombiano, el periodista Santiago Cárdenas reveló cómo, cada mes,
llegan desde el Bajo Cauca y el Magdalena Medio a la plaza mayorista de
Medellín ocho toneladas de bagre, bocachico, barbudo y blanquillo. De esa
carga, por lo menos media tonelada de pescado es distribuida diariamente a los
grandes supermercados, minimercados, carnicerías, restaurantes y tiendas. A
Bogotá, dice el informe, llegan también congelados los bocachicos del sur del
Bolívar, Tarazá y Cáceres. Lo que indica que el consumo frecuente de estas
especies podría aumentar el riesgo de intoxicación (Cuevas, 2015).
Las alertas por la llegada de pescado con altos índices de
mercurio a los comedores se prendieron en 2013 con la controvertida aparición
de una investigación sobre los niveles de mercurio del atún enlatado. El
magíster en Toxicología de la Universidad Nacional Juan Manuel Sánchez realizó
un estudio en el que analizó 41 latas de atún de cuatro marcas, disponibles en
12 supermercados de Cartagena. Cuando le pregunté cuál era la conclusión
principal de sus hallazgos, me contó que había encontrado concentraciones de
mercurio "inaceptables" por la legislación colombiana en dos de las
cuatro marcas. Sánchez recomendó que las atuneras hicieran esta advertencia a
los consumidores, insistiendo en que el consumo de este atún en grandes
cantidades podría traerles problemas a las mujeres embarazadas (Cuevas, 2015).
La respuesta del Instituto Nacional de Vigilancia de
Medicamentos y Alimentos (Invima) fue inmediata. Harry Silva Llinás, director
de Alimentos y Bebidas del Instituto, puso en duda la investigación y aseguró,
como autoridad sanitaria, que garantizaba la seguridad del producto. A su vez,
el gremio de empresarios pesqueros argumentó que el atún colombiano no podría
ser vendido en Europa —como sigue ocurriendo— si los hallazgos del toxicólogo
fueran ciertos. Lo que no tuvo en cuenta la principal autoridad sanitaria de
Colombia al cuestionar el estudio es que las pruebas de Juan Manuel Sánchez se
desarrollaron en laboratorios y con la tecnología del mismo Invima. Por ende,
los científicos calificaron estas reacciones de la autoridad como
irresponsables y el debate murió sin que se publicara una sola advertencia (Cuevas, 2015).
Los débiles esfuerzos de Colombia por componer este panorama
apenas se están haciendo visibles. Tan sólo el año pasado se aprobó en el
Congreso la ley 1658, con la que se obligará a que para 2023 ninguna industria
colombiana utilice el metal, teniendo en cuenta que no sólo se emplea para la
producción de oro (aunque son los mineros los principales clientes) sino
también para la fabricación de termómetros y barómetros, lámparas, baterías,
pinturas, equipos de medicina, odontología, industria farmacéutica, química y
agroquímica, entre otros (Cuevas, 2015).
Figura 48. Organizaciones internacionales dicen que el
comercio ilegal del oro es mejor negocio que la coca, en Colombia y Perú.
Esta regulación ha sido criticada por quienes piensan que la
norma no contempla una ruta clara para controlar el uso del mercurio utilizado
por la minería criminal, teniendo en cuenta que el problema se incrementará
cuando el mercurio sea ilegal y posiblemente comience a entrar al país de
contrabando. Esta estrategia se le suma
la firma de Colombia al Convenio de Minamata en 2013, que tiene el propósito de
eliminar, en 91 países, los productos que utilizan el metal a través de la
prohibición de importaciones y exportaciones mundiales para 2020. Colombia
también se comprometió a reducir y, cuando sea viable, eliminar el uso del
mercurio en las actividades mineras (Cuevas, 2015).
Pienso en la panorámica del Bajo Cauca desde el aire y me
pregunto cómo le vamos a hacer para detener este monstruo. Finalmente, Colombia
es el país de los convenios de papel y las acciones que se tardan mientras la
fiebre del oro devora los ríos y las selvas sin remordimiento. Quisiera pensar
que hay alguna manera de resolver este caos. De hacer conciencia. La última
investigación que inició el equipo de científicos liderado por Jesús Olivero
los llevó hasta el Amazonas para revisar muestras de agua del río Caquetá y
hebras de cabello de los indígenas de Araracuara. Los investigadores
encontraron unos índices de contaminación por mercurio sin precedentes en el
país. Los indígenas Miraña y Bora tienen en el cuerpo 15 veces más
metilmercurio que el que la Organización Mundial para la Salud considera
aceptable. Los detalles del estudio siguen sobre los escritorios de quienes
deben tomar decisiones (Cuevas, 2015).
El asbesto o amianto es el nombre de un grupo de minerales
metamórficos fibrosos. Están compuestos de silicatos de cadena doble. Los
minerales de asbesto tienen fibras largas y resistentes que se pueden separar y
son suficientemente flexibles como para ser entrelazadas y también resisten
altas temperaturas. Debido a estas especiales características, el asbesto se ha
usado en una gran variedad de productos manufacturados, principalmente en
materiales de construcción (tejas para recubrimiento de tejados, baldosas y
azulejos, productos de papel y productos de cemento con asbesto), productos de
fricción (embrague de automóviles, frenos, componentes de la transmisión),
materias textiles termo-resistentes, envases, paquetería y revestimientos,
equipos de protección individual, pinturas, productos de vermiculita o de
talco, etc. También ha sido detectado como contaminante en algunos alimentos (Schneider &
McCumber, 2005; Selikoff & Greenberg, 1991; Selikoff & Hammond, 1979).
Se continúa utilizando en algunos países en vías de
desarrollo. Como las sustancias mencionadas anteriormente, el asbesto es
bioacumulable, aunque sus problemas se dan principalmente para los operarios de
fábricas y residentes cercanos a las fábricas. El asbesto también se encuentra
en el ojo del huracán en Colombia (Barrera, 1987; Giraldo,
Gallego, & Correa, 2013; Pasetto, Terracini, Marsili, & Comba, 2014;
Piedrahita, 2006; Tossavainen, 2003) aunque el siguiente texto del
Espectador tal vez nos aclare un poco más la situación .
El hundimiento del proyecto de ley que pretendía prohibir la
producción, comercialización, exportación, importación y distribución de
cualquier variedad de asbesto en Colombia es una mala noticia para el país,
pero algunas de las posiciones en contra que colaboraron al entierro de la
iniciativa abren la puerta para que la discusión no termine ahí. Debe
insistirse para que en el país se prohíba su uso, pero minimizando los costos
socioeconómicos en el corto plazo. El asbesto es una fibra en forma de polvillo
que por más de 70 años se ha utilizado en Colombia para producir tejas. Al
menos 50 países han prohibido su uso en todas sus presentaciones por un llamado
de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), al demostrar que esta fibra es un elemento carcinogénico
altamente peligroso para la salud. En estos países se ha demostrado que
trabajadores que han manipulado la fibra han desarrollado enfermedades como
mesotelioma y cáncer de pulmón. En Estados Unidos, por ejemplo, se calcula que
cerca de 50.000 personas se enferman cada año por culpa del asbesto (Editorial, 2016).
En Colombia se buscaba prohibir en todos los casos, pero la
oposición de un segmento de los trabajadores que se verían afectados, y el apoyo
que esta preocupación tuvo en el Congreso, terminó por hundir el proyecto. Sin
embargo, la discusión puede encauzarse a la pregunta de cuándo y cómo sería
viable prohibir el asbesto, como lo propuso el ministro de Salud, Alejandro
Gaviria, en un debate en el Congreso el año pasado. El senador Álvaro Uribe,
líder del Centro Democrático, partido que se opuso al proyecto, dijo que “debe haber un plan de compensación
socioeconómica y de desarrollo alternativo para trabajadores como los de
Campamento, Antioquia, cuyo sustento proviene” del asbesto. Lo mismo había
dicho Gaviria, al proponer que, para no causar traumatismos laborales, debería
proponerse una prohibición ordenada, con un tiempo de transición y de
planeación de entre tres y cinco años (Editorial, 2016).
Son posiciones razonables. Colombia necesita tener un debate
matizado sobre el tema, donde las implicaciones de la prohibición se tengan en
cuenta, sin olvidar, por supuesto, el riesgo latente que representa la
utilización del asbesto en el país. Lo que está claro es que el hundimiento de
este proyecto no puede significar dar la discusión por saldada. Es entendible
la posición de la senadora autora del proyecto, Nadia Blel, quien manifestó que
“una vez más en Colombia se imponen los
intereses económicos por encima de la salud de los colombianos”. No deja de
ser frustrante que el Congreso, en vez de liderar con alternativas en temas de
salud pública nacional, opte por enterrar las iniciativas. Qué bueno sería que
el Gobierno Nacional, adoptando la propuesta del año pasado del ministro
Gaviria, demuestre su compromiso con la salud de los colombianos y se eche al
hombro la necesaria prohibición del asbesto en el país. Decir que es necesario
buscar alternativas para los trabajadores eventualmente afectados por esa
medida no implica que eso sea suficiente para trancar una decisión que,
literalmente, salvará vidas. Quedaron en deuda los políticos con este tema. (Editorial, 2016).
Figura 49. Ana Cecilia Niño es, sin duda, el caso más
representativo de los efectos del asbesto en la salud en la república de
Colombia, periodista que batalló varios años contra el uso de este material, el
cual le causó un cáncer en los pulmones.
Hoy Colombia hace parte de uno de los sesenta y cuatro
países que han prohibido el uso, la explotación y comercialización del asbesto
en sus actividades económicas. La Ley 1968 de 2019, reglamentada mediante el
Decreto 0402 de 2021, establece las disposiciones relacionadas con la
prohibición de la importación y exportación del asbesto. El debate sobre la ley
no fue una tarea sencilla de dirimir, existió cierta resistencia por parte de
políticos preocupados por empresas nacionales fabricadoras de este mineral, en
contraste con la lucha de colombianos comprometidos con un país libre de
asbesto (Anaya, 2021).
La Ley 1968 de 2019, es conocida también como “La Ley Ana
Cecilia Niño”, una mujer colombiana que creció en Sibaté e inhaló desde su
niñez las partículas del asbesto fabricado por la Empresa Eternit Colombiana
S.A, y que en su edad adulta le produjeron un mesotelioma maligno en los
órganos de su cuerpo, causándole la muerte en el 2017. Existen muchas y muchos
Ana Cecilia Niño en las regiones donde se fabricaba el asbesto. Han sido
invisibilizados porque el país no cuenta con un estudio científico formal que
exprese la relación intrínseca entre el cáncer (principalmente de pulmón y
laringe), y otras (asbestosis) con el asbesto. Pero, sin duda alguna, fueron
vulnerados sus derechos constitucionales a la vida, la salud y a un ambiente
sano (Anaya, 2021).
La toma de conciencia de las problemáticas medioambientales
derivada de una incorrecta aplicación de la ciencia química por parte de los
interés es económicos preponderantes de los países fue señalado en la década de
1960, y aunque ya vimos los esfuerzos de Patterson, el autor que más ha
influido en ese contexto fue Rachel Carson con la publicación de su libro
Primavera Silenciosa (Carson, 1962).
El libro advertía de los efectos perjudiciales de los
pesticidas en el medio ambiente -especialmente en las aves- y culpaba a la
industria química de la creciente contaminación. Algunos científicos lo calificaron
de fantasioso, pero para muchas personas se trata del primer libro divulgativo
sobre impacto ambiental y se ha convertido en un clásico de la concienciación
ecológica. Se considera que Primavera Silenciosa inspiró la movilización
ecologista que consiguió que el Departamento de Agricultura revisara su
política sobre pesticidas, que el DDT fuera prohibido por la legislación de los
Estados Unidos. y sentó las bases para la creación de la Agencia de Protección
Ambiental de los Estados Unidos (EPA) (Carson, 1962).
En fin, podríamos alargar la lista, pero los patrones aquí
es que muchas sustancias con valores industriales son venenosas en el ambiente,
especialmente para los organismos en la cima de la pirámide trófica, como el
ser humano. Lamentablemente al igual que con el imperio Romano, nuestras
autoridades políticas parecen hacerse los de la vista gorda, después de todo
los individuos que se encuentran más cercanos a la intoxicación son los
operarios industriales que no tienen voz y tan solo un precario boto en
nuestros sistemas republicanos extremadamente clientelistas con los grandes
emporios económicos. Y aun cuando los efectos son mundiales como en el efecto
de invernadero causado por el dióxido de carbono, el dinero importa más que el
equilibrio y el bien común (Hanich et al., 2014).
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